Este es un nuevo post de una cápsula de edición limitada donde el cine de ciencia ficción y la ciudad se encuentran. Las reflexiones y especulaciones sobre ese encuentro esperemos sirvan de inspiración y acompañen los aprendizajes de la exploración en marcha del territorio #lasrelacionesenlaciudad sólo en Wander de Soulsight.
Recordando la primera parte
En el anterior artículo, o parte I, revisábamos la visión de los creadores y ficcionadores especulativos respecto a la relación entre ciudades y nano-naturalezas en tiempos de cólera… lo hicimos atendiendo al enfrentamiento de la humanidad contra la naturaleza invisible y microscópica. Pero el verdadero fuel natural para las películas de ciencia ficción es la catástrofe a lo grande. A lo bestia. El futuro en el que la fuerza de la naturaleza gana y la civilización pierde.
La civilización con la ciudad como su expresión máxima no es capaz de comprender a tiempo el daño que produce, el cambio que ha provocado, la falta de consciencia en el impacto de sus decisiones, que todo es imprevisible, que somos una mota de polvo en el cosmos… por eso se convierte en el objetivo lógico de una naturaleza digitalmente deformada, siempre indómita y mal que nos pese caótica y revanchista con razón.
Macro Naturaleza y la destrucción de la ciudad
Por desgracia pasar de lo micro a lo macro no cambia la necesidad de las películas catastrofistas de decirnos que vamos a morir todos. En esta ocasión van a ser catástrofes imposibles de enfrentar. ¿Nos lo merecemos? ¿Ha llegado nuestro momento? ¿Sobreviviremos? ¿La ciudad nos protegerá?
Desde el inicio de las civilizaciones el uso de la naturaleza parece servir para alertar a la gente ante un comportamiento de dudosa moral. Dios es la naturaleza. Dios representa la norma, la autoridad, el castigo y la naturaleza es su arma. Así pasó en el mito de la Atlántida con una tremenda inundación que dejó anegada una civilización adelantada y obsesionada con el progreso que había obviado las señales de los dioses. Y así comenzamos nuestro infraleve repaso catastrofísta: el poderoso agua en un mundo en el que 75% de su superficie es precisamente eso… agua.
Desde el inicio de las civilizaciones la aparición violenta de la naturaleza parece servir para alertar a la gente ante un comportamiento de dudosa moral. La ciudad parece su objetivo predilecto.
¿Agua de borrajas?
La gran ola, la gran inundación, el espacio inhóspito que te impide respirar, beber para no morir, el elemento menos presente de la ciudad…y sin el cuál ésta no existiría. El agua. Las grandes civilizaciones nacen al albor de una gran río o un mar lleno de oportunidades, es lógico pensar que si dichas civilizaciones son merecedoras de un castigo divino sea el agua el arma simbólica perfecta.
De nuevo comprobamos el poder devastador de un mito que se imparte en múltiples culturas y se relata religiosamente en términos de IRA de Dios. El más cercano culturalmente es el de Noe y su arca. La inundación como un borrón y cuenta nueva de la naturaleza de Dios para acabar con una civilización despiporrada y descreída. En la actualidad borrón y cuenta nueva para una civilización inconsciente del impacto medioambiental negativo que provoca de manera exponencial.
La ciudad como máxima expresión de falta de respeto ante la naturaleza. Está a punto de ser atacada por una catástrofe natural.
En el próximo post reflexionaremos acerca del concepto de la ciudad como una carcel… un espacio limitante. Maldito. Sucio y caótico. A veces con la ayuda de la tecnología la ciencia ficción nos advierte de la ciudad como una prisión de la que debemos huir.
Nueva York es una cárcel… también para el presidente de USA.
En el film Segundo Sangriento, un Londres, que está sufriendo la paulatina inundación provocada por el cambio climático y los efectos invernadero, se convierte en una ciudad sucia, inútil pero que no pierde la necesidad de seguir siendo un espacio de convivencia. Sigue existiendo la noche golfa, los colegios y por supuesto los crímenes. Nada parece haber cambiado a pesar del desastre total que viven en progresión.
La policía ahora se desplaza como puede y atendiendo a las mareas se adapta a un nuevo ecosistema húmedo, lluvioso y encapotado para ofrecer un servicio convencional. Algo que demuestra que a pesar del desastre natural que los ciudadanos viven parece que todo les de igual, que sea un problema más, como pagar la luz, un desastre que debemos asumir sin esperanza. La trama desvía el tiro a un asesino psicópata mezcla de alíen y ser humano mutado y que parece provenir del fondo de esas mismas aguas que siempre crecen y ahogan a la ciudad cada día un poquito más.
Sin duda ha sido la ciencia la que más lleva alertando y con la razón de los datos de su lado que algo está pasando. Unos dicen que un cambio de polos, otros un calentamiento global, otros desertizaciones, otros la capa de ozono, efectos invernaderos… la cosa es que también el agua, los océanos, los glaciares y mares se convierten en un potencial peligro de muerte. Un peligro que crece y acelera con la inclusión global, económica e industrial del ser humano. Que el planeta Tierra se ve como una bola de navidad repleta de luces que concentran las ciudades. Y el agua las va a apagar.
Un efecto “borrón y cuenta nueva” sin precedentes y real: la desaparición de los glaciales no es ciencia ficción.
Por destacar títulos que se hacen eco de esta realidad pasada por agua no podemos obviar una de las películas más caras de la historia del cine y sin duda la menos evidente (fue un fiasco y pocos la vimos): Waterworld.
Un mundo totalmente inundado ha obligado a los humanos supervivientes a transformar sus ciudades en islas artificiales flotantes, mientras otros grupos transforman petroleros y grandes navíos en enormes recintos para el refugio de la masa. Grandes ciudades móviles. El relato es que Waterworld es un mundo donde los seres humanos ya incluso mutaban para poder recorrer las enormes ciudades bajo el agua que escondían mil secretos y objetos de valor para la economía de la superficie… unas cucharas, papel, tierra o una planta, una hoja o agua potable… se convertían en la nueva moneda de intercambio entre flotantes—poblados que para dar acción a la trama se enfrentan a piratas… Desheredados psicópatas que en sus motos acuáticas sobreviven de los demás desde la dictadura del más fuerte: son dueños del petróleo. Una distopía total donde el agua como un medio antinatural sirve para extremar la realidad humana.
El fiasco que arruinó a Kevin Costner arruinó también la vida en la tierra… porque ya no hay tierra.
¿Y cuando el agua se convierte en nieve? ¿Cuando la siguiente glaciación está a punto de producirse? Nuestro antepasados sobrevivieron en cuevas… adorando al fuego… comiendo roedores y raíces… y ahora que las ciudades se preocupan por nuestro bienestar es lógico pensar que ante una situación de frío extremo la solución será la máquina. Como un tren. Un enorme tren que no para de girar alrededor del mundo para evitar la glaciación. Un tren en stasis que representa una ciudad horizontal con forma de pasillo.
Un tren habitado por los últimos humanos, y que sufren las mismas desigualdades propias de una sociedad moderna… clases bajas cosificadas, clases medias de servicio y una clase alta que en su burbuja nihilista en realidad esperan un decadente final… llamativo pensar que la naturaleza ayuda a extremar las relaciones y entender las pulsiones asociadas como herramientas que nos permitan sobrevivir o autodestruirnos. La naturaleza nos vuelve a encerrar en una cueva, de hierro esta vez, pero el ser humano se ha vuelto más complejo y los límites físicos son la mecha de una civilización orgullosa que igual decide despeñarse antes que asumir la realidad natural.
Un manga de éxito se convierte en una reflexión cinematográfica o televisiva de las relaciones en un espacio limitado, una ciudad rodante, rodeada de naturaleza extrema.
Por último atendemos a 2012 no tanto por su impactante masa de efectos especiales que intentan especular sobre una deformada e hiperrealista naturaleza… porque ni los Tsunamis son grandes olas, ni los meteoritos son bombas de racimo… pero bueno. Sin duda es la mayor expresión de la naturaleza total como catalizador violento hacia el fin del mundo (el mundo de los humanos). Es tan escalofriante en su planteamiento visual que al final sólo te toca esperar… abnegado encerrado en tu casa. En tu barrio. En tu ciudad. En tu refugio. Hasta que ocurra.
La máxima expresión de todo los terribles apocalipsis catastróficos que puede sufrir la tierra concentrados en una única película.
La naturaleza es sabia y la ciudad no es un refugio
En realidad la naturaleza es tan sabia que igual no sabe ni que existimos… somos un suspiro en su historia, la civilización y sus ciudades son un estornudo, y los seres humanos como microbios intentamos resistir a los empaques y empujones propios de una naturaleza regida por el caos… ingenio, imaginación y talento son las normas de aquellos que desean enfrentarse a lo imposible y morir en el intento. La necesidad de controlarlo todo como civilización choca contra realidad macro de una naturaleza salvaje.
Desde erupciones volcánicas que arrasan pueblos que nombran a autores y sus infiernos como Dante`s Peak, a una ciudad que descubre vivir encima de un volcán apunto de explotar como en Volcano… Un maremoto que se aproxima o un terremoto que todo lo destruye en una ciudad moderna o antigua que pasa de ser refugio a un lugar frágil, inerte y mortal.
No sólo hay terremotos en U.S.A. – También podemos esperar un gran terremoto en el futuro de Oslo…
La vida implosiona en una ciudad clásica del mediterráneo… un pedazo de la historia es conservado en el magma y sus cenizas.
Lo mejor es cuando la amenaza no viene de la tierra. El meteorito. Una gran roca que pudo ser responsable de la extinción de seres gigantescos hace millones de años y que hoy sólo tendría que destruir a millones de minúsculos mamíferos, incluidos los humanos, y sus delicados refugios en forma de roca de hormigón. De repente la máquina, la tecnología, el poder de la prótesis sale a la luz para ser solución a un futuro apocalíptico. Una gran roca se aproxima y la solución pasa por la aparición del héroe y sus herramientas. Llama la atención cómo las pelis más obvias como Meteoro, Armageddon o Deep Impact son la mejor demostración del horror que se aproxima. Ver cómo las ciudades sufren con el impacto de una primera oleada de micro meteoros que dan fe que la ciudad y los cristales que caen sobre los ciudadanos son de todo menos seguras. Todo menos un refugio. Cuando llegue la roca grande… ni hablamos.
Los años 70s fueron excusa para vivir un fin del mundo en sesión continua… sólo en los mejores cines de barrio.
Aunque lo peor es descubrir que huir de la ciudad tampoco es sinónimo de final feliz… parece que fuera tampoco hay refugio… esas zonas abandonadas entre ciudad y ciudad también se ven amenazados por una naturaleza que reacciona a la desertización con fenómenos interesantes para la taquilla. Sólo recordar Twister o incluso El Mago de Oz… donde un terrible viento huracanado provocaba desde sueños imposibles a persecuciones adrenalíticas dentro de remolinos mortales. Minucias al lado de meteoritos, volcanes o terremotos.
La obsesión de los grandes monstruos por ser ciudadanos.
Godzilla lucha con Ghidorah
Godzilla como mito cultural nace a consecuencia de la era atómica. Es evidente que Japón, junto con Chernobyl, es el único lugar habitado que ha vivido los rigores de la radioactividad descontrolada o diseñada como arma de destrucción masiva. Una de esas bombas despierta a un crypto-animal mutado que decide recuperar el control sobre un mundo anterior al humano en el que él era el rey. Era la respuesta reptiliana a aquellos que creen en la evolución de los primates. Años antes un simio gigante, King Kong, descubría obligado que Nueva York podía ser un lugar donde vivir… Aunque Edgar Wallace como guionista ni intuyera la existencia de la amenaza radioactiva gigante.
Godzilla y su pléyade de enormes animales y enemigos (Desde Gamera o Mothra a Technogodzilla) deciden que es Tokyo el objetivo de sus pulsiones y necesidades… como un imán les atrae. Una vez allí ni que decir tiene que la ciudad se convierte en un jardín de juegos donde militares, científicos y seres radioactivos se pelean con afán de destruir. Como los castillos de arena en la playa, destruir mola. Ver a los ciudadanos correr despavoridos o a los newyorkers mirar al cielo espantados lo hacen todo todavía más épico. La ciudad de repente les pertenece a ellos y arrebatársela nunca va a ser fácil, aunque el ingenio acabe dominando la fuerza bruta y sus poderes radioactivos… La naturaleza inventada también reproduce sus miedos y odios hacia la egoísta humanidad.
La ciudad es el lugar perfecto para hacernos saber que sobramos.
Tokio como máxima expresión de humanidad contra el peligro atómico. La ciudad destruida una y otra vez con cada nueva secuela. La ciudad preparada siempre para lo peor.
Los mitos religiosos también son excusa para convertir la ciudad en el destino de la naturaleza monstruosa.
En el próximo artículo seguiremos disfrutando de esta selección infraleve y atípica de films de ciencia ficción que reflexionarán esta vez sobre el concepto de ciudad como prisión. La ciudad como el contenedor de todo lo malo. una carcel de la que debemos huír.
Cápsula edición limitada escrita por:
Pedro Enríquez de Salamanca (Furby) — Creative Research Consultant en Wander de Soulsight.